Dr. Gabriella Postiglione
Etología y bienestar animal. Departamento de medicina veterinaria. Alma Mater Studiorum, Universidad de Bolonia.
Nunca olvidaré la primera vez que vi una beluga. Era tan sólo una estudiante de veterinaria buscando un proyecto para mi tesis y una cosa tenía clara, tenía que ser sobre delfines, focas o, con suerte, otra especie con aletas.
Fui al Oceanogràfic de Valencia a hablar sobre proyectos con el director del Departamento de Veterinaria, el doctor Daniel García. Tras una breve charla, me dijo: “ve y da una vuelta por el parque y si encuentras una idea y un profesor que la apoye, hablaremos de nuevo”. Daniel me llevó a la zona del Ártico y el enorme iglú dónde se encontraban los acuarios, me pareció algo de otro mundo…
¡Aquí es donde descubrí qué era una beluga! El macho, Kairo, estaba pacíficamente descansando en la superficie. Mientras que la hembra, Yulka, estaba merodeando por el hábitat. Me encantaron tan profundamente que olvidé todo lo demás. Sentí que podía pasar días tan sólo viendo a esas criaturas grandes y blancas, parecidas a delfines, pero ¡más grandes y bonitas!
Estaba fascinada, y mientras observaba a la hembra, ella se paró y empezó a mirarme a través del acrílico transparente. Nos miramos fijamente, durante un momento que me pareció interminable y entonces empecé a mover mi cabeza arriba y abajo y ella de forma impresionante, hizo lo mismo. Inmediatamente repetí el movimiento, y ella otra vez hizo lo mismo. Sentí una felicidad indescriptible ¿me estaba ella imitando? ¿Nos estábamos comunicando? ¿Qué significaría aquello para ella? ¿Por qué haría eso? Estas preguntas permanecieron en mi cabeza durante horas, mientras observaba sentada cómo ellas nadaban y jugaban.
Han pasado seis años desde ese día, y cuanto más aprendo acerca de estos fantásticos animales más preguntas me surgen. En aquel momento no sabía casi nada sobre ellos, pero poco a poco descubrí que eran animales socialmente complejos, que son una especie catalogada como “casi amenazadas”, y además, que muchas cosas acerca de ellos todavía no tienen explicación.
Uno de los retos más importantes de estudiar estos animales es acceder a ellos en su hábitat natural. Las belugas, están distribuidas en latitudes altas del hemisferio norte. La mayoría de los grupos pasan el invierno alrededor del ártico y cuando el hielo se derrite en verano, se mueven a ríos y estuarios más cálidos y a zonas costeras. Algunas poblaciones son sedentarias y no migran grandes distancias durante el año. Las belugas son gregarias y forman grupos de una media de diez individuos, aunque durante el verano, se pueden juntar cientos o miles de ellas en estuarios y en zonas costeras poco profundas.
La fascinación y curiosidad del principio, siguen intactas en mí. Mi meta ahora es mejorar nuestra capacidad para proteger a estos animales, cuidarlos y preservar su supervivencia en el mar a través del estudio de su comportamiento y de cómo las hormonas pueden influir en él. Lo más importante hasta el momento, es que hemos ideado nuevos métodos no invasivos para aprender más sobre ellas: observar cómo se comportan, cuánto pueden aguantar la respiración bajo diferentes circunstancias, y cómo recolectar las gotitas exhaladas con la respiración. Hemos demostrado que si cogemos una muestra durante su espiración y analizamos este soplido, es posible investigar cómo se reproducen a través de las hormonas presentes en esta muestra. De este modo, podemos evaluar indirectamente qué elementos o situaciones pueden afectar a su bienestar. Estos estudios son decisivos, ya que nos ayudan a poder conocer cada vez mejor a esta increíble especie.
Para estos animales, como para el resto de seres vivos, las hormonas son clave en muchos de sus mecanismos fisiológicos. Por lo que puede ser crucial registrar los niveles de ciertas hormonas de las belugas periódicamente y poder analizar en qué medida varían ante determinadas situaciones que puedan alterar al animal. Esto nos permitirá poder conocerlas mejor y determinar con rigor científico qué situaciones afectan a su bienestar, para así poder protegerlas con programas de conservación en su vida salvaje.
Recoger soplidos es menos invasivo que la tradicional extracción de sangre, siendo además más sencillo de llevar a cabo diariamente y puede ser utilizado incluso para el estudio de animales en su medio natural. Aquí reside el gran potencial de esta nueva técnica para el estudio de las belugas, tanto de las salvajes como las que viven bajo cuidado humano en acuarios.